¿Pero por qué se mató a Prim?


Detrás del asesinato de Prim están las claves para entender lo que ocurre en España en pleno siglo XXI.

Una pista buena

Tras contar el asesinato de Carrero Blanco, Miguel Bardem nos narra otro magnicidio, el que le costó la vida al general Prim en 1.870.

Nacho Faerna -guionista de Miguel Bardem- fija nuestra atención sobre el hecho de que “en España hemos asesinado a bastantes presidentes”. Tiene razón. En los últimos 150 años podemos contar hasta cinco. Es el único país europeo donde ha sucedido algo parecido. ¿Por qué?

La pista que apuntan Miguel Bardem y su guionista es buena. Porque detrás de cada uno de esos magnicidios no está “la rebelión popular”, sino la intervención de poderes ocultos para reconducir el curso de la política española. Cargando a otros -los “terroristas” de turno- el peso de la culpa.
Con “El asesinato de Carrero Blanco”, Miguel Bardem se atrevió a situar a EEUU como el cerebro del magnicidio que ejecutaron los pistoleros de ETA.

Washington necesitaba desprenderse del franquismo -demasiado caduco para garantizar el orden-, y sustituirlo por una “democracia controlada” que permitiera incorporar rápidamente a España en la OTAN, como retaguardia de su disputa con la URSS.

Carrero Blanco, con su pretensión de perpetuar el franquismo después de la muerte de Franco, era un obstáculo para los planes imperiales. Y el obstáculo fue “convenientemente” removido. Colocando en bandeja a ETA la posibilidad de asesinarlo.

Las pruebas que confirman esta versión -y que la serie de Miguel Bardem presenta valientemente- son numerosas, pero han sido cuidadosamente silenciadas.

Entre París y Londres estaba España

¿Y qué ocurre con el asesinato de Prim? ¿Acaso podemos leerlo desde las mismas claves que esclarecen el atentado contra Carrero Blanco?
Para responder a esta pregunta es necesario situar el contexto histórico.
España, en el siglo XIX forma parte del área de influencia de las potencias más poderosas, Francia e Inglaterra, y queda reducida a un estatus con acusados rasgos de país semicolonial. La rivalidad entre Inglaterra y Francia por el dominio de España es lo que explica los principales acontecimientos del siglo XIX y es la lucha entre ambas, la que va decidir el destino del país.
Tal y como establece el prestigioso hispanista francés Pierre Villar, “políticamente débil, España será tratada por el extranjero como zona de influencia. La intervención de 1823, las posiciones adoptadas en torno a los matrimonios españoles, las intrigas en torno a Espartero y Narváez, son otros tantos episodios de la rivalidad anglofrancesa en torno a España. Habría que reconstruir el papel de Inglaterra en el distanciamiento de las colonias, en el control de los yacimientos mineros, en los esfuerzos de Cobbden contra el proteccionismo textil, en las tendencias de Mendizábal, Espartero y los librecambistas. España escapó a la suerte de satélite que aceptó Portugal, pero sus riquezas y su posición no cesaron de atraer las intrigas extranjeras”.
La intervención exterior es salvaje. A través de invasiones abiertas -tras la ocupación napoleónica vendrá la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis- desde Francia acabarán con los gobiernos liberales y reinstaurarán a Fernando VII en el trono. O mediante la intervención política, convirtiendo a los liberales en una fuerza al servicio de aumentar la influencia británica sobre España.

Detrás de cada uno de los golpes de Estado que jalonan el XIX español hay una u otra potencia, Francia o Inglaterra, disputando su dominio sobre España.

Una grieta se abre
En 1868 estalla “La Gloriosa”, la revolución liberal que aparta del trono a Isabel II. No es uno más de los muchos pronunciamientos del XIX español. Según Pierre Villar, “la revolución de 1.868 será una especie de grieta que da al país la posibilidad de gobernarse a sí mismo. Tal fue el sentido profundo de la Revolución de Septiembre”.
En 1.854, con la “Vicalvarada” habían irrumpido las clases populares como un protagonista político. Sectores de la mediana burguesía, especialmente la burguesía catalana, pugnaban por dar una nueva orientación al país. Y la pequeña burguesía más radical se organizaba, con creciente éxito, en los partidos republicanos y federalistas.
La rebelión contra el insoportable dominio de Isabel II, cuya decrepitud y corrupción movilizan a todas las clases y sectores sociales, da lugar a un escenario nuevo, e imprevisible, donde por primera vez España podía haber encontrado un camino propio para modernizarse, acabando con que fueran las potencias imperialistas las que tenían la última palabra sobre lo que ocurría en nuestro país, y escapando del nefasto dominio de las oligarquías locales.
Cerrar esa grieta fue la prioridad de Francia, Inglaterra, y de la naciente oligarquía española. Y para ello estuvieron dispuestos a cualquier cosa. Entre otras, a asesinar a Prim.

El “problema” Prim
Prim se convirtió en la única figura política capaz de encarnar, en un programa de gobierno real y factible, los postulados de la revolución de 1.868.
La figura de Prim se creó en España. No es equiparable a Mendizábal, líder liberal, “héroe” de la desamortización que arrebató a la iglesia buena parte de sus propiedades… pero en realidad un agente inglés, formado en Londres y del que, una vez retornó a España, el embajador británico dirá que “es nuestro hombre en España y debemos sacarle el máximo partido”.
Prim era liberal, y siguió a Mendizábal o a Espartero -cuyos vínculos con Londres eran notorios-. Pero representaba los intereses de la gran burguesía catalana. Y se enfrentó abiertamente a toda la cúpula liberal defendiendo el proteccionismo -como defensa de la industria textil catalana- frente al librecambismo que promocionaba Inglaterra para quebrar la industria propia e inundar el país de mercancías británcas.
En España Prim intentó la cuadratura del círculo, la de encumbrar a una nueva dinastía que no permitiera la irrupción de la república -que consideraba un desorden inaceptable-, pero que asumiera el credo liberal y no fuera una marioneta en manos de las grandes potencias.

Los motivos de los asesinos
Ante la pregunta de quién asesinó a Prim, la respuesta sigue siendo el misterio. Debemos rastrear, como en una novela policíaca, quién tenía motivos para cometer el crimen.

Inglaterra consideraba a Prim un obstáculo a remover, pues su cerrada defensa de la “industria nacional” -como se correspondía a quién representaba los intereses de la burguesía catalana industrial- no permitía que conquistara para sí sola el mercado español.

Francia acumulaba rencores hacia Prim. Por haberse opuesto a su “emperador mexicano”, y por atreverse a promocionar un candidato a la corona española que no contaba con el beneplácito de París.
Y las nuevas potencias en ascenso, como EEUU, también deseaban liberarse de Prim, que se negaba a aceptar los planes de anexión de Cuba. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals nos desvela que en la isla la canción popular nos decía que “Prim fue asesinado en Madrid, pero el gatillo lo apretaron en La Habana” -es decir, desde los sectores de la oligarquía cubana más vinculados a EEUU-. Remarcando que “cuando 27 años después sea aseinado Cánovas del Castillo, el gatillo también será apretado en La Habana”.
En la oligarquía española en construcción, todos odiaban a Prim. Como por arte de magia, los círculos conservadores más “reaccionarios” y los sectores liberales más “progresistas” se unieron para matar a Prim.
Lo que no podía avanzar, fuera cual fuera el precio que había que pagar para decapitarlo, era un proyecto autónomo que buscaba la modernización de España y una nueva colocación independiente en el mundo.
El asesinato de Prim desembocó en una convulsión política. El nuevo rey coronado por Prim -Amadeo de Saboya- abdicó poco más tarde. Y el 11 de febrero de 1.873 fue proclamada la Iª República.
Sólo duró dos años. Un golpe encabezado por el general Pavía trajo como rey a Alfonso XII desde su exilio en Londres.
El fracaso “programado” de la Iª República representa la renuncia completa de la burguesía española a mantener un proyecto propio, aceleran el cierre definitivo de la fusión entre la burguesía financiera y la aristocracia terrateniente y su dependencia del imperialismo.
Instaurando los rasgos principales en la formación española que subsisten, por muchos cambios y muchas “modernizaciones”, hasta hoy.

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