La Jornada
Los gobiernos de Rusia e Irán suscribieron el pasado martes en Teherán un acuerdo de cooperación militar que amplía las autorizaciones de ingreso de barcos de guerra en las respectivas aguas territoriales, y la renovación de los equipos militares obsoletos de origen soviético en los arsenales del ejército iraní.
El ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, dijo que el acuerdo forma parte de una coordinación binacional “en el marco de la lucha contra el terrorismo internacional y contrabando de drogas”, y consideró que la profundización de los lazos de su país con Irán es “clave” para la “estabilidad regional y del mundo”.
Este acuerdo marca un viraje en la política rusa de suspender las ventas de armamento a Irán, en cumplimiento de una resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) emitida en 2007, como sanción por el programa nuclear de Teherán. Aunque el cambio se presenta como resultado de una confluencia de visiones coyuntural entre Moscú y Teherán, la realidad es que no podría explicarse sin el precedente de la oleada de sanciones económicas y comerciales impuestas recientemente por Occidente contra Rusia en respuesta al presunto apoyo del Kremlin a los separatistas ucranios y a su anexión de Crimea.