Peret: la alegría de vivir


Pedro Pubill Calaf, el inmensamente popular Peret, el padre de la rumba catalana, española y universal fallecía el pasado 27 de agosto víctima de un fulgurante cáncer de pulmón que en apenas un par de meses acabó con su vida.
Peret había nacido en 1935 en una humilde chabola de Mataró, pero a los cuatro años su familia se trasladó a la calle de Salvadors, junto a la plaza de Padró, un barrio de Barcelona con amplia presencia y tradición gitana. Hijo de un vendedor ambulante, Peret practicó desde niño el contacto directo con el público, aprendió a tener la capacidad de conectar con él, a despertar su irresistible simpatía. Antes de consagrar su vida a la música, Peret se había dedicado a múltiples oficios: carpintero, tapicero, chatarrero, vendedor de tejidos.
Ya a la temprana edad de 12 años había debutado en la escena musical, participando en el teatro Tívoli de Barcelona con su prima Pepi, bajo el nombre de Hermanos Montenegro, en el festival que en 1947 se ofreció a Evita Perón en uno de sus viajes a España.
En 1962, con apenas 27 años, graba su primer éxito Ave María Lola. Curiosamente, los dueños de la discográfica se vuelven locos buscándolo para una nueva grabación, pero Peret está en paradero desconocido: en realidad está entre Montevideo y Buenos Aires, donde se había trasladado para ganarse la vida como vendedor ambulante de telas.
Su música y ese nuevo ritmo que atrapa a todo el mundo y que le hará universal -la rumba catalana- empiezan a ser cada vez más escuchados en Barcelona. Las discotecas de moda de la zona alta de la ciudad piden nuevas canciones bailables en una España donde empieza ya a despuntar el desarrollismo franquista, y con él una nueva generación de jóvenes crecientemente desinhibidos, con dinero en los bolsillos y ganas de fiesta, mucha fiesta, con la que escapar del rancio tradicionalismo nacional-católico que impregna la vida oficial española.
1968 es el año de la explosión del éxito de Peret. Publica su tercer LP -titulado simplemente Peret, como los dos anteriores-, y en él están contenidas ya muchas de las canciones que arrasarán en la España de finales de los 60. “Una lágrima”, “El gitano Antón” o “Lo mato” son otros tantos tremendos éxitos que anteceden a la que será seguramente su canción más popular, “Borriquito como tú”, que en palabras del propio Peret es, de hecho, una crítica a la invasión de la cultura anglosajona y a la tendencia “a olvidarnos de nuestra música”.
A lo largo de los años 70 su éxito ha desbordado ya las fronteras nacionales y su vida se convierte en un frenesí de grabaciones, tanto musicales como cinematográficas, y actuaciones por medio mundo: en España, Europa, Latinoamérica,… Mientras tanto sigue probando e investigando con nuevos ritmos y estilos musicales buscando fundirlos con su propio sonido y crear nuevas soluciones sonoras que respetaran siempre la esencia de la rumbacatalana: el soul, el funk, el pop, la fusión étnica…
Son años en que Peret se convierte en una figura enormemente popular, su público es ya de todas las edades, de todas las razas, de todos los países, de todas las culturas.
Pero, sorprendentemente, en 1982, y con numerosos contratos nacionales e internacionales firmados, Peret anuncia que se retira de la música para consagrarse en cuerpo y alma a la predicación pastoral en nombre de la Iglesia Evangélica de Filadelfia, una de las múltiples sectas protestantes que proliferan con arraigo entre la población gitana. Una aventura que duró los 9 años en que Peret tardó en desencantarse.
Nueve años desaparecido de los escenarios no impidieron, sin embargo, su reaparición apoteósica ante el mundo en la memorable ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Pertrechado en un monumental escenario por los Amaya y Los Manolos, su interpretación de “Gitana Hechicera” levantó de sus asientos a todos los espectadores del estadio olímpico de Montjuich, enloqueció a los miles de deportistas jóvenes, de todos los países, las razas, los idiomas, que se movían frenéticamente en el césped del estadio al ritmo la rumba catalana y entusiasmó a los cientos de millones de teleespectadores que seguían en todo el mundo la retransmisión. Combinando indistintamente el catalán con el castellano, el “Barcelona es poderosa,, Barcelona tiene poder” se convirtió así en el mejor acto de clausura jamás realizado en unos Juegos Olímpicos.
Encumbrado de nuevo por esta actuación, Peret regresó a la música pero de una manera mucha más pausada que los frenéticos a los de juventud de los 60 y 70. Descubrió, con sorpresa, que muchos de los mejores cantantes de las nuevas generaciones (Ojos de Brujo, Estopa, Tonino Carotone, Jarabe de Palo, Macaco, Los Enemigos o Amparanoia ) no sólo conocían y admiraban su repertorio, sino que estaban ansiosos de grabar con él. Alucinó en 2008 con los 70.000 jóvenes que en el festival de Viñarock le aclamaban y seguían hasta sus canciones más antiguas.

El padre de la rumba catalana
En algunos ámbitos, suele considerarse erróneamente a Peret como un cantante popular, pero menor. La aparente facilidad de sus ritmos y sus letras oculta el intenso trabajo de creación y de genio artístico que hay tras ellas. No es fácil tener un éxito popular tan inmenso como tuvo Peret, pero mucho menos fácil es inventarse y crear todo un género musical, desarrollarlo y extenderlo universalmente.
Eso hizo Peret como creador de la rumba catalana. Género surgido a finales de los años 50 y que fue fruto de una ingeniosa idea suya. Él fue el primero en idear la unión entre el mambo y el rock and roll, o, como dice Juan Puchades, “lo que es lo mismo a Elvis Presley con Pérez Prado. Del rock, Peret tomó prestado el ritmo, del mambo (por extensión de la música cubana y caribeña; de la rumba, por supuesto), se quedó con la armonía y con esos metales que él intentó trasladar a las cuerdas de su guitarra española, no flamenca. Además, con la guitarra, tocaba la madera a modo de percusión, técnica que, años después, sería conocida como el “ventilador”. Todo ello, Peret lo ofrecía con su impronta gitana, que no flamenca, como suele matizar, pues lo suyo era algo nuevo, distinto, con lo que se distanciaba de la rumba flamenca que se practicaba en algunos barrios de Barcelona. Luego, junto a sus amigos de la calle de la Cera (Chacho Valentí, El Serdo, Toni Valentí, Joanet…) puso en práctica otra idea que le venía rondando por la cabeza: Crear unas palmas completamente distintas a lo conocido, palmas perfectamente medidas y ejecutadas, que funcionaran como un inédito y humano instrumento percusivo, con entidad propia, palmas que pudieran transcribirse a una partituta. Así nació la rumba catalana, en el barrio del Portal de Barcelona”.

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