Himmler en Montserrat
El 23 de octubre de 1940, Heinrich Himmler –comandante en jefe de las SS e ideólogo del holocausto- visitó la abadía de Montserrat, donde fue recibido por Andreu Ripoll, el único miembro de la congregación que conocía a la perfección la lengua alemana.
Este hecho, muy poco conocido pero rigurosamente documentado, es el punto de partida de la originalísima propuesta que nos plantea “Mont(SS)errat”.
De hecho, la autora, Beth Escudé, afirma socarronamente que “esta es una historia real y cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia”.
Hay, lógicamente, licencias teatrales. Como la de transformar al novicio Andreu Ripoll en Pare Montiel. Y hacerle portador de una enfermedad inventada, la Empatitis Múltiple, que le obliga a adoptar irremediablemente las personalidades que tiene cerca más de siete minutos. Una excusa para que Carles Bigorra, el único actor de la obra, salte de personaje en personaje e intérprete sobre el escenario a Himmler, Franco o al Abad de Montserrat de la época.
Según la autora, esta función “podría entrar dentro de la categoría de Comitragèdia, más concretamente en la subcategoría de drama melancómico”.
Para su director, Marc Chornet, “en el espectáculo además nos enfrentamos al texto con las herramientas interpretativas del teatro popular, la Comedia del Arte o Darío Fo”.
Y utiliza recursos audiovisuales para llevar a escena este “diálogo del actor consigo mismo”. Como una pantalla integrada en el espacio escénico que permite “desdoblar personajes, dar una estética más peliculera y ofrecer imágenes con apariencia de documento histórico que dan certeza a la historia”.
Verdades incómodas… y ocultas
Desde la presentación de la obra, “Mont(SS)errat” persigue plantear una mirada desacomplejada a la historia de Cataluña, “Queremos saber en qué país hemos vivido para descubrir en qué país queremos vivir”.
Así piensa su director, Marc Chornet, que defiende lo saludable de la comicidad para hablar de temas como la simbología nacional que rodea la iconografía montserratina, la Guerra Civil y la posguerra.
Y su autora, Beth Escudé, para quien “vale la pena que recordemos algunos pasajes oscuros de nuestra historia para que no repitamos los viejos pecados”.
La audacia se presenta desde el mismo título de la obra, donde las dos eses de Montserrat se hacen mayúsculas en un golpe visual provocador.
Montserrat es algo más que “la montaña mágica” de los catalanes y un centro religioso de primer orden. Es todo un emblema, convertido por el nacionalismo dominante en símbolo de la personalidad nacional.
Conforme sube la temperatura soberanista, se deforma la historia para utilizarla como munición en el presente.
El polémico simposio “España contra Cataluña”, que conmemora el tricentenario de la capitulación de Barcelona ante las tropas borbónicas, lee los últimos tres siglos como una sucesión ininterrumpida de ataques “desde España a Cataluña”.
Y el franquismo es también presentado como una agresión española contra la personalidad y autonomía catalanas.
“Mont(SS)errat” nos recuerda que también la burguesía catalana y sus máximos “símbolos nacionales” tienen un oscuro pasado que nos ocultan.
La abadía de Montserrat no siempre fue escenario de actividades contra el régimen, como las denuncias que condujeron al exilio a su abad Aureli M. Escarré en 1.963 o el encierro en 1970 de 300 intelectuales en protesta contra las penas de muerte impuestas en el proceso de Burgos.
Pareciera que toda Cataluña fue antifranquista. Pero hubo un momento donde Montserrat fue decididamente franquista, como lo fue el grueso de la burguesía catalana.
Familiares de Jordi Pujol o de Martí de Riquer –personalidades políticas y culturales de las élites catalanas actuales- integraron el Tercio de la Virgen de Montserrat, una unidad de requetés catalana integrada por catalanes que combatió en la Guerra Civil dentro del ejército franquista.
La visita de Himmler a Montserrat es un ejemplo de estas “zonas oscuras”. No llegó de incógnito. Le recibió en el aeropuerto el entonces alcalde de Barcelona, Miguel Mateu i Pla, y, al igual que había sucedido en la capital de España, las autoridades catalanas llenaron las principales calles de la ciudad de banderas nazis.
Lo mismo ocurrió con Francesc Cambó, líder de la Lliga Regionalista y representante político de los intereses de la gran burguesía catalana. Tras el golpe encabezado por Franco, no dudo en apoyar el fascismo, como medio para derrocar a los obreros que les habían arrebatado la propiedad de sus fábricas.
Entonces no utilizaron la defensa de la lengua y la cultura catalanas como escudo. Lo principal era conservar los títulos de propiedad de sus empresas, y Franco era el que se lo garantizaba.
Producida la sublevación militar contra el Gobierno del Frente Popular en julio de 1936, que le pilló de crucero en su yate Catalonia en el mar Adriático, Cambó inmediatamente tomó partido: por los generales rebeldes, por la Falange…
Cambó era uno de los hombres más ricos de España y dio mucho dinero al bando llamado nacional: montó un aparato de propaganda en Francia, organizó servicios de espionaje y hasta una red de sobornos para rescatar a amigos suyos presos en las cárceles de la Generalitat de Lluís Companys.
Lo llamativo del comportamiento de Cambó en la guerra no es que se rascase el bolsillo, sino que insistió a sus amigos, conocidos y correligionarios catalanes catalanistas para que hiciesen otro tanto. Todos los grandes nombres de la burguesía catalana apoyaron financieramente al franquismo. Como Ferran Valls –padre del actual presidente del Banco Popular-, que recibió una carta de Cambó fechada el 15 de septiembre de 1936, donde le pide ni más ni menos que busque dinero entre sus amistades catalanas, incluso divisas, “para ayudar el triunfo del ejército” (franquista).
De esto trata “Mont(SS)errat”, desvelando algunos de los episodios ocultos de la historia reciente de la gran burguesía catalana. Recordándonos que no todo puede explicarse desde la artificial división entre “España” y “Cataluña”, sino que hay otras divisiones de clase mucho más decisivas pero ocultadas bajo la vorágine soberanista.
Francesc Ten