Romper los límites, quebrar las normas


Los estrechos límites del arte burgués

La burguesía se había ya convertido en clase dominante, y todo su ímpetu revolucionario de antaño se había transformado en el más rancio conservadurismo.
Este interés de clase por conservar su poder se agudizó cuando en 1871 la Comuna de París anunció que el proletariado estaba dispuesto a tomar el cielo por asalto.
Sólo cuatro años después se celebró la primera exposición impresionista, en la que Cezanne participó.
No es una casualidad caprichosa. Ambos hechos, político y artístico, están íntimamente conectados.
La lucha del proletariado revolucionario había pulverizado el sueño burgués de la “armonía universal”, que nos ofrecía su domino como la culminación de todas las aspiraciones de progreso. Y, en su furiosa reacción, la burguesía se igualaba con la nobleza o la aristocracia esclavista.
Paralelamente, los artistas más creativos luchaban por liberarse de los estrechos límites del arte burgués.
Interesada en que nada cambiara, la burguesía había impuesto como arte oficial un realismo adocenado y falso, que no tenía nada que ver con la realidad.
Frente al vigor del realismo auténtico -que es valiente, mira la realidad con ojos claros, y tiene sustancia de lo real- el arte burgués oficial nos presentaba un “pastel” petrificado y escandalosamente artificial.
Es entonces cuando un grupo de artistas se rebelan, negándose a mirar la realidad con las lentes miopes que impone el dominio burgués.
En 1863 se crea el “Salon des Refusés”, donde se muestran las obras no aceptadas por el jurado oficial del Salón de París, meca del arte oficial.
Tras la Comuna de París, donde la burguesía muestra su rostro más feroz, esta rebelión dispersa se transforma en un movimiento organizado.
El mundo burgués, la sensibilidad burguesa, se vuelve insoportable también para los artistas más dinámicos, que se ven obligados a desafiar los límites, a quebrar las normas.
De esta rebelión nacerá el impresionismo, y Cezanne será uno de sus seguidores más díscolos. Ellos se atrevieron, justo cuando el poder de la burguesía parecía alcanzar su cénit, a gritar que la realidad podía verse con otra mirada radicalmente diferente.
Cezanne solía decir que “cuando juzgo el arte, cojo mi cuadro y lo pongo junto a un objeto obra de Dios como un árbol o una flor. Si desentona, no es arte”.
Aunque expulsados de los salones oficiales, los cuadros de los nuevos pintores acabaron por imponerse. Porque a su lado, las pinturas del arte oficial eran meros cromos sin vida.
Intentaron acallarlos y condenarlos a la marginalidad, pero la rebelión impresionista se radicalizó luego con el cubismo o el surrealismo.
El arte conquistó nuevos territorios porque primero se enfrentó a los estrechos límites donde le había confinado el mundo burgués.

De Cezanne al cubismo
Por eso Picasso o Matisse solían decir que “Cezanne es el padre de todos nosotros”. Supieron rendir tributo a quienes habían abierto una grieta que ellos convirtieron en una autopista por donde circularon a toda velocidad las vanguardias artísticas.
Pero Cezanne es todo un continente en sí mismo. Podemos comprobarlo en el simple retrato de un campesino que da la bienvenida a la exposición.
Está ataviado con el sencillo traje de los campesinos provenzales, pero Cezanne le otorga una dignidad y serenidad propia de los grandes retratos del Renacimiento.
Antes sólo se miraba así a grandes personajes. Pero Cezanne los desprecia, y busca sus modelos en la gente sencilla, convertida en gigantes por la mirada del artista.
El rostro del campesino está desdibujado, porque puede ser cualquiera, tú o yo, y con él se funden los colores de la naturaleza, integrados en un todo único.
El cuadro solo parece inacabado. Incluso, como en otras obras del periodo final del artista, algunas zonas del lienzo han sido dejadas deliberadamente desnudas, formando parte de la composición. Cézanne, al dar por concluida la idea tradicional de obra terminada, abrió las puertas a lo inacabado que tanta influencia tendrá en todo el arte del siglo XX.
Es otra forma de mirar la realidad, que no atiende a los detalles nimios, y que, frente a la superficialidad del arte oficial, solo persigue captar la esencia de las cosas y de las personas, aunque para ello tenga que cuestionar todos los cánones y normas.
Hasta tal punto Cezanne se enfrentará a la “mirada única” del arte oficial que se esforzara por observar los objetos y modelos desde distintos puntos de vista, lo que lleva a representarlos desde perspectivas diferentes simultáneamente.
Perseguirá la simplificación de las formas que ocurrían naturalmente a sus esencias geométricas, para poder quebrar las formas superficiales en la búsqueda de la sustancia de lo pintado. Por eso afirmará que “todo en la naturaleza se modela según la esfera, el cono, el cilindro. Hay que aprender a pintar sobre la base de estas figuras simples; después se podrá hacer todo lo que se quiera”.
Al quebrar la perspectiva clásica, al pulverizar la mirada adocenada del arte oficial, Cezanne abrió nuevos caminos.
Después vendrá Picasso, que representó la realidad con una radicalidad diferente, pero al mismo tiempo hermanada con la pintura de Cezanne.
El capitalismo ha convertido también a Cezanne en una mercancía, y muy valiosa. Uno de sus cuadros pulverizó el récord de las subastas, al venderse por más de 250 millones de dólares.
Pero lo que nunca podrán hacer es apropiarse de la mirada y la sensibilidad, extraordinariamente revolucionaria, con que Cezanne pintó la realidad.
Este es un patrimonio colectivo de toda la humanidad. Y ahora podemos disfrutar otra vez esta experiencia en España.
Francesc Ten

 

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