Rafael Chirbes, uno de los escritores más importante de los tres últimos decenios en España, fallecía el pasado 15 de agosto
Había nacido el 27 de junio de 1949 en Tabernes de Valldigna, provincia de Valencia. A la edad de 4 años, murió su padre. Desde los ocho estudió en colegios de huérfanos de ferroviarios, en Ávila y León. A los 16 marchó a Madrid, allí cursó Historia Moderna y Contemporánea. En 1969 se trasladó a París, donde permaneció un año. A principios de lo setenta, militó en FECO (Federación de Comunistas), organización de corte marxista-leninista (Pensamiento Mao-Tse-Tung), que años después se fusionaría con UCE. Después vivió en Marruecos (donde fue profesor de español), Barcelona, La Coruña, Extremadura, y en el año 2000 regresó a Valencia (Dénia y Beniarbeig). Durante algún tiempo se dedicó a la crítica literaria y posteriormente a otras actividades periodísticas, como las reseñas gastronómicas (en la revista Sobremesa, también escribió este género para El País del que fue despedido tras una crítica negativa a un restaurante de alta cocina) y los relatos de viajes.
Entre 1988 y 2013 Chirbes dio a la luz nueve novelas, todas ellas publicadas en Anagrama. La primera, Mimoun (1988), inspirada en su experiencia marroquí, quedó finalista del Premio Herralde. La buena letra (1993) constituye uno de los relatos más crudo y verídico de la posguerra española. Su obra La larga marcha (1996) fue galardonada en Alemania (donde siempre fue un autor muy estimado) con el Premio SWR-Bestenliste. Con esta novela inició una trilogía sobre la sociedad española que abarca desde la posguerra hasta la transición, que se completa con La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003). Con Crematorio (2007), su poderoso retrato de la España de la especulación inmobiliaria, recibió el Premio Nacional de la Crítica. La novela En la orilla (2013), que continúa la radiografía de la España en crisis, recibió también el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa 2014. Esta novela fue considerada el mejor libro del año 2013, según los periodistas y críticos literarios del diario El País. Rafael Chirbes falleció en Tabernes de Valldigna el pasado 15 de agosto de 2015.
Entre 1988 y 2013 Chirbes dio a la luz nueve novelas, todas ellas publicadas en Anagrama

Los mismos que lo ningunearon ahora lo han convertido en "el escritor contra la corrupción"
Durante casi 20 años (desde 1988 hasta 2008) Chirbes fue considerado por los medios que configuran la jerarquía del canon literario español un escritor "secundario". Sin duda un autor a considerar, pero no de primera fila. Además, era un autor incómodo, espinoso e ingobernable, sobre todo para aquellos círculos de poder que decidían las normas y los gustos que delimitaban lo que era "progresista" en España. Como escritor de izquierdas, Chirbes y sus novelas no se ajustaban a los mandamientos de "la iglesia del progreso" que se elaboraban en la cocina de Polanco y Cebrián, en los largos años (de 1982 a 1996) en que Felipe González señoreaba La Moncloa, la "bodeguiya" decidía inclusiones y exclusiones y definía los artistas del "régimen", y El País dictaba glorificaciones y anatemas. La temática y el punto de vista con que Chirbes abordaba en sus novelas los temas de la guerra civil, la posguerra, la lucha contra el franquismo y la transición a la democracia, no se ajustaban precisamente a lo que planteaban en ese momento los apóstoles del progresismo español. En vez de bendecir el aggiornemento que se preconizaba desde el poder, Chirbes disparaba a su aire, arremetiendo sin piedad precisamente contra esa casta de oportunistas que, sin ningún complejo, dieron el paso desde el antifranquismo de salón hasta el "pelotazo", o aquellos que más bien (como los propios Polanco y Cebrían) ajustaron su biografía para pasar del viejo al nuevo régimen no sólo incólumes, sino incluso como baluartes de la España de progreso. Para ellos era inasimilable un autor, que en una de sus escasas entrevistas (no le gustaban, decía que todo lo que tenía que decir estaba en sus libros) afirmó: “Nunca me he creído la socialdemocracia española, vi cómo se construyó en los 70 y lo que han hecho. Si tú miras todas las reformas reaccionarias que se han hecho en España en los últimos treinta años, todas las ha hecho el PSOE porque el PP no se hubiera atrevido: desde los cómputos de jubilación hasta los contratos temporales”. ¿Cómo no condenar al ostracismo a un escritor así, que era una china constante en el zapato?
Nadie como Chirbes ha retratado en España (y no ahora, sino hace décadas) la traición a los ideales y el trasvestismo, la impostura y la estafa de quienes acapararon el poder aniquilando todos los ideales y borrando a conciencia la memoria del pasado. Quienes hicieron del olvido una profesión lucrativa. Quienes erigieron sobre las ruinas humeantes del pasado el templo de sus nuevos ídolos, el moderno becerro de oro. En el retrato implacable de estos personajes, Chirbes no les deja marchar indemnes. Porque el precio que se paga por la traición nunca es escaso. En Los disparos del cazador (1994) "el protagonista vé cómo, al tiempo que su prosperidad aumenta, sus padres, su mujer, sus amantes, sus amigos, sus hijos y hasta sus propios sueños se convierten en extraños, y se alejan irreparablemente de él" (Ignacio Echevarría).
En 2007 Chirbes publicó Crematorio, una novela que amén de abundar en los temas y puntos de vista tradicionales del autor, radiografiaba con una fuerza y una claridad temerarias el espejismo brutal en el que se había metido España, subida al tobogán de una burbuja inmobiliaria descomunal. La novela ponía al desnudo la red de chanchullos tras la que se amparaba el boom inmobiliario costero, que él había visto crecer ante sus propios ojos, como una hidra de mil cabezas. La novela fue un aldabonazo que finalmente lo consagró como un autor esencial.
Pero mientras tanto ocurrió otra cosa que cambió, de golpe, el panorama político español. El estallido de la burbuja inmobiliaria en España (empujada por la crisis mundial provocada por las "sub prime" en EEUU) desencadenó una crisis brutal: en dos años (entre 2009 y 2010) la economía española sufrió una contracción sin precedentes. el paro bordeó los seis millones, la banca hizo un amago de quiebra, decenas de miles de empresas se hundieron, la población perdió entre un 20 y un 70% de sus ingresos y el país estuvo al borde de tener que ser rescatado por el FMI y la UE. Amén de las causas foráneas, la responsabilidad esencial del desbarajuste (que aún sufrimos, y que dejará una huella duradera: salarios más bajos, precariedad laboral....), correspondía a la banca (la oligarquía financiera), amparada siempre por el poder político.
Entonces, cuando esas cosas empezaron a estar claras, se derramó sobre todo el país la tinta de un inmenso calamar: la tinta de la CORRUPCIÓN, que oscureció la verdad y creó, mediante una campaña mediática intensiva, un enemigo irreal, una cabeza de turco, sobre la que descargar todo la ira, la rabia y el inmenso malestar que había en el país. Cierto que la corrupción era y sigue siendo un mal, pero en esos años se convirtió en EL PROBLEMA; y por el hueco creado por ese espejismo, los verdaderos culpables y responsables de la crisis, escurrieron el bulto y escaparon "sanos y salvos".
¿Y qué tiene qué ver todo esto con Chirbes? Pues que los mismos medios que lo habían ninguneado durante décadas, vieron de pronto en su obra la oportunidad de convertirlo en "El escritor contra la corrupción" (como, no por casualidad, lo denominó hace unos días El País, tras su repentina muerte). De pronto, Chirbes, el innombrable, el "segundón", copaba titulares, portadas y premios. De pronto, era el escritor del momento. De pronto, su "realismo crítico" pasó a convertirse en ejemplo y guía, en santo y seña. Y la publicación, en 2013, de En la orilla satisfizo y culminó todas estas expectativas.
No sé el tiempo que tardará en disiparse la niebla que estos sacripantes han puesto encima de la obra de Chirbes. Espero que una lectura intensa de su obra ayude a recuperar al autor insobornable que siempre fue. En todo caso, es una tarea de todos oponernos con firmeza a que su obra (llena de luz) sea convertida en "tinta de calamar" para oscurecer la realidad.