Las tensiones sobre el sistema español de trasplantes no cesan. Al intento de DKMS, la empresa alemana que quiso hacer negocio con la donación de médula ósea hace un par de años, hay que sumar el más reciente intento frustrado de compra de órganos de ciudadano libanés en España.
Liberalizar el mercado de la compra venta de órganos y tejidos en el país con mayor índice de donaciones del mundo, con diferencia, es el Santo Grial de grandes corporaciones europeas y norteamericanas.
Pero el ataque cuenta con francotiradores internos. Las mejores fortalezas se toman siempre desde dentro.
Me refiero a los que atacan el corazón del modelo español de trasplantes, el altruismo de los familiares de los donantes, tratando de inocular el virus de la desconfianza hacia los profesionales que les convencen para donar por el hecho de las primas económicas que cobran.
Impulsados por un agravio comparativo, el de la brecha salarial entre unos y otros médicos y enfermeras según estén o no en los programas de trasplantes, aseguran desde hace década media que si se retiraran los incentivos económicos desparecería "el altruismo", tal como ocurre con la donación de sangre.
Sin embargo, los tres pilares sobre los que se sustenta el modelo, y de los que nos hemos hecho eco en estas páginas, no se pueden reducir sólo a las retribuciones de los profesionales. Son, en primer lugar, la existencia de una red nacional. En segundo lugar, la existencia de una red de profesionales altamente formados para realizar todo el proceso, desde la petición de donación, la extracción y el transporte, hasta la implantación de los órganos en el tiempo requerido. Y en tercer lugar, el mismo hecho de que quien va a recibir el órgano donado es quien lo necesita, no quien paga por ello.
Son tres pies, tres partes integrantes de un todo en coherencia. Si se altera cualquiera de ellos el edificio, sencillamente, se viene abajo.
No a la división
La mejor manera de defender una sanidad al servicio del pueblo no es el enfrentamiento y la división entre los propios profesionales del sistema público. Esto no puede conducir más que al debilitamiento de dicho sistema ante las fuerzas que tratan de doblegarlo y ponerlo a los pies de los grandes fondos de inversión anglo-norteamericanos.
De hecho, la entrada de capital privado es la alternativa que defiende el economista especializado en sanidad Enrique Costas Lombardía, uno de los más críticos con la ONT.
Enrique Costas fue, dentro de los gobiernos de Felipe González, Vicepresidente de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud (conocida como Comisión Abril), que elaboró en 1991 el informe que abría paso a la "externalización" de los servicios sanitarios y la conversión de hospitales y centros de atención en sociedades estatales sometidas a "derecho privado".
Veintitrés años después del Informe Abril, afirma que "el Sistema público no dispone de bastante dinero público para asegurar la calidad de su asistencia y es preciso dinero privado para evitar el desastre que su degradación sería para la sociedad española. Dinero privado para salvar la sanidad pública. ¿Tendría efectos indeseables? Sin duda, pero muchos menos y menos dolorosos e injustos que los de una sanidad pública degradada".
¿No será que la falta de dinero tiene su origen en el agujero negro de un sistema financiero que atrae los recursos necesarios para velar por la salud de la población? ¿No habrá que arrebatarle a la banca extranjera los ingentes recursos que obtiene a través de la extorsión sobre la deuda y el rescate del sistema bancario nacional, para potenciar un sistema sanitario autónomo que podamos poner de ejemplo en el mundo entero? En lugar de ello, el sistema sanitario es entregado para su explotación como negocio.
Y menudo negocio. Los trasplantes salvan vidas y en España lo hacen también con el menor gasto. Somos el país donde los ciudadanos tienen más posibilidades de trasplantarse y a un coste entre ocho y diez veces inferior al de Estados Unidos.
Al otro lado del Atlántico, un trasplante de corazón puede costar cerca de un millón de dólares (759.649 euros) y el de riñón 204.817 euros frente a los 90.000 y 30.000 euros que cuesta en el sistema sanitario español. La diferencia de costes está en los sueldos de los profesionales sanitarios. Incluso en hospitales privados como la Fundación Jiménez Díaz de Madrid o la Clínica de la Universidad de Navarra, donde se realizan trasplantes, se hacen financiados y dirigidos por el Ministerio de Sanidad y la ONT.
Quizás ahora se entienda un poco mejor por qué una de las adjudicatarias en la venta de los hospitales madrileños, abortada por la Marea Blanca, era la mayor empresa de turismo sanitario de Puerto Rico (HIMA-San Pablo), estado asociado a EEUU.
Lo cortés no quita lo valiente
Esto no quita ni un ápice de la exigencia de estos "críticos" sobre el hecho de que el sistema nacional de trasplantes sea usado con fines espúreos por parte de los gobernantes, como pantalla propagandística "para ocultar las graves deficiencias del sistema en tratar las enfermedades más comunes y a los enfermos más desfavorecidos, como los ancianos y otros con enfermedades muy avanzadas... ¿cómo es posible que España lidere ese ranking mundial de altísima cualificación mientras su sanidad empobrecida sufre recortes hasta pedir a los enfermos que lleven sus pijamas y almohadas porque allí no hay? Resulta extraño un éxito 'high tech' mientras se colapsan las urgencias a cada oleada de gripe, se recortan servicios y hasta se ve morir a enfermos en los pasillos. Parece una contradicción ser líderes mundiales en trasplantes mientras en el día a día escasea hasta lo más elemental, con respuestas casi tercermundistas para ancianos o enfermos mentales. Algo no cuadra".
Claro que hay que combatir el despilfarro en la sanidad, pero hay que apuntar un poco más arriba. Bastante más arriba.
La esencia del modelo de trasplantes, sus tres pies, es una auténtica estaca en el corazón del vampiro, de los que quieren hacer negocio con la salud. La solución, por ello, está en extenderla al resto de áreas de la sanidad, primando generosamente, claro que sí, a los profesionales que consigan erradicar y prevenir los grandes problemas de salud que nos afligen; no escatimar ni un solo euro para contrarrestar la enorme influencia negativa de las grandes corporaciones agro-alimentarias y químico-farmacéuticas en la alimentación o la medicalización social, que están en la raíz de muchas de nuestros males.