La dama que nos enseñó a silbar


       “Si me necesitas, silba. Sabes como se silba, ¿no? Basta con juntar los labios… y soplar”. Una sola frase -dicha con el magnetismo irradiado por una mirada felina- bastó para que en 1944 naciera una estrella del cine clásico de todos los tiempos. Con Tener y no tener, dirigida por el genial Howard Hawks sobre una novela de Hemingway y guión de Faulkner, hacía su primera aparición en la escena cinematográfica Lauren Bacall, fallecida este pasado mes de agosto.
Nacida en Nueva York, de una familia judía de padre polaco y madre rumana, Betty Joan Weinstein Perske -a la que más tarde todo el mundo conocería como Lauren Bacall, el segundo apellido de su madre-, ingresaba a los 15 años en la Academia Americana de Artes Dramáticas, pagándose los estudios trabajando de acomodadora en un cine y como modelo para revistas de moda.
Fue precisamente este último trabajo el que la catapultaría hacia el cine. En 1941, a los 17 años, apareció en la portada de la prestigiosa Harper’s Bazaar. Su fascinante imagen atrajo inmediatamente la atención del director Howard Hawks, uno de los grandes del cine universal de todos los tiempos. Sin embargo, las pruebas a las que acudió fueron decepcionantes. Su voz nasal, unido a su timidez y a la todavía insuficiente formación como actriz frustraron este primer intento.
Sería tres años más tarde, en 1944, en el momento que Hawks había por fin completado el guión y casi todo el reparto para rodar “Tener y no tener” -con el que la Warner esperaba repetir el enorme éxito de Casablanca con idéntico actor, Humphrey Bogart, como protagonista- cuando llegaría su gran oportunidad. La insistencia de la mujer de Hawks (“la chica de la portada, esa es la chica que necesitas”) le abrió las puertas de Hollywood.
Se cuenta que en los primeros días del rodaje, en las primeras escenas, los nervios de Bacall le traicionaron, llevándole a no mirar de frente, agachando la cabeza y mirando de soslayo. La pericia de Hawks supo convertir inmediatamente este defecto, fruto de la timidez y los nervios, en uno de los signos característicos de la personalidad cinematográfica de Lauren Bacall. Esa mirada multiplicaba el magnetismo de su fotogenia y le otorgaba un plus de sensualidad a su rostro del que la cámara se “enamoró” rápidamente.
Y no sólo la cámara. Durante el rodaje, la química entre Bacall y Bogart explotó de tal modo que la actriz novata de 20 años y el galán maduro de 45 se casaban al año siguiente, convirtiéndose en uno de los matrimonios más estables y emblemáticos de Hollywood hasta la muerte del actor en 1957. Juntos protagonizaron no sólo algunos de los más memorables films del cine negro, sino también algunas de las más aclamadas acciones de protesta del mundo cinematográfico contra la caza de brujas del Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador Joseph McCarthy.
El juego de miradas cómplices, la explícita tensión sensual que irradian ambos a lo largo de todo el film, llevó a Tener y no tener a convertirse en una historia de amor de una intensidad tal, que es difícil compararla con ninguna otra. A diferencia de Casablanca, donde la historia de amor entre Rick e Ilsa queda relativamente oscurecida por la contenida frialdad de Ingrid Bergman, en Tener y no tener ocurre exactamente lo contrario.
Los diálogos, afilados y punzantes hasta el sarcasmo, de Hemingway y Faulkner, la maestría de Hawks en mantener la tensión narrativa, la elegancia imperturbable de Bogart y la belleza arisca de Bacall, con su mirada de pantera exhalando una sensualidad inquietante, hicieron de Tener y no tener un éxito fulgurante de taquilla, un clásico que 60 años después no ha perdido un ápice de su frescura e intensidad original.

La trilogía con Bogart y el cine negro

Fue precisamente el inesperado éxito de Tener y no tener lo que llevaría a rodar en tres años posteriores tres películas con Bogart y Bacall de protagonistas absolutos.
En 1946, Lauren Bacall da vida a la ludópata, intrigante, enredadora y a la vez fascinante Carmen Sternwoord en la mítica El sueño eterno, nuevamente dirigida por Howard Hawks. Considerada una de las mejores películas del cine negro, El sueño eterno era una novela publicada 7 años antes por uno de los maestros del género, Raymond Chandler.
Tras un duro regateo con el jefe de los estudios, Jack Warner, quien consideraba completamente imposible que la novela de Chandler, con una historia donde se entremezcla la homosexualidad, la pornografía y las drogas, pasara la rígida censura del Código Hays, Hawks vuelve a confiar su adaptación a guión cinematográfico a William Faulkner, futuro Nobel de Literatura sólo tres años después.
Famosa por tener una de las tramas más enrevesadas de la historia del cine, que a medida que avanza se hace más difícil de seguir al dejar muchas de sus partes sin desarrollar, la película es sin embargo un éxito inmediato y se convertirá, junto a La jungla de asfalto y Perdición, en una de las grandes referencias para siempre del cine negro. En El sueño eterno vuelve a desatarse la química entre Bogart y Bacall, que a través de un juego permanente de diálogos vibrantes y frases punzantes, de intensos flirteos y complicidades seguidos de secos desencuentros se apoderan de principio a fin de la película.
Tras ella, y aprovechando el tirón de la inmensa popularidad que alcanza la pareja, que ya eran matrimonio en la vida real, rodarán en los dos años siguientes otros dos filmes de menor intensidad y valor: La senda tenebrosa, dirigida por Delmer Daves y Cayo Largo, bajo la dirección de John Huston.
Fruto del criterio extremadamente selectivo con el que dirigió su carrera cinematográfica, las apariciones de Lauren Bacall fueron haciéndose cada vez más espaciadas y menos relevantes. Tras participar en El rey de tabaco y Cómo casarse con un millonario, su carrera en el cine irá diluyéndose en una serie de obras menores, mientras se hacían cada vez más frecuentes sus grandes interpretaciones teatrales en los escenarios de Broadway o Londres.
A. Lozano

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