Antonio López ha pintado a la familia real con la misma mirada limpia que descubre una oculta grandeza en un destartalado cuarto de baño.
Mucho más que el retrato de una familia
Tras 20 años de trabajo, Antonio López ha presentado el cuadro más esperado. Comenzó siendo la “Familia Real” y, tras la abdicación y el cambio de monarca, ha acabado llamándose simplemente la “Familia de Juan Carlos I”.
La polémica ha acompañado desde hace años a este cuadro. Primero por el particular ritmo de trabajo de Antonio López, que no admite más plazos de entrega que los que la misma obra le impone. Y ahora por la imagen que el pintor nos ofrece de la antigua familia real.
Muchos han criticado su limpieza, luminosidad y brillantez. Manuel Vicent ha llegado a afirmar que el cuadro de Antonio López es “el reverso del retrato de Dorian Grey”. Planteando que si en la obra de Oscar Wilde el protagonista se mantenía eternamente joven mientras su retrato se corrompía, en la “Familia de Juan Carlos I” es la monarquía la que se ha ensuciado, mientras que en el cuadro está paralizada en su momento de máximo esplendor, cuando los escándalos no habían pulverizado su inocencia.
¿Es la “Familia de Juan Carlos I” una obra de propaganda, destinada a mejorar la imagen de la monarquía? ¿O los ciegos son precisamente los que juzgan así la obra?
Antonio López afirma que “el cuadro es poderoso, tiene dignidad y las figuras tienen presencia y nobleza”.
¿Puede haber “dignidad” y “nobleza” en unos personajes que sabemos turbios y torcidos?
El pintor nos recuerda que en el cuadro “no hay cetros, no hay mantos de armiño, no hay coronas… Si caes de Marte y no sabes que es la familia de los Reyes, dirías que parece una familia más”.
La diferencia con otros cuadros oficiales de familias reales europeas es radical. La representación de la familia real danesa es un abigarrado conjunto donde el rey y la reina son presentados como grandes señores, y el fondo de edificios clásicos resalta su grandeza.
En la obra de Antonio López se ha eliminado cualquier detalle que desvíe la atención de las personas. Hasta el fondo es premeditadamente neutro. Y nada en su porte o en su atuendo nos dice algo sobre su condición.
Todos sabemos que no estamos ante “una familia española más”. Pero el pintor ve así la realidad. No le preocupa la grandeza de los títulos ni el poder que encarnan, sino solo -y es mucho- las personas que posan.
Antonio López aprendió de Velázquez, no ya principalmente la técnica pictórica, sino como debe sentirse la realidad, tanto si pintas a una familia real como a una vieja friendo huevos: “Velázquez no deja de contar con lo real. Está siempre disponible. Como a él no le cuesta mover las formas, no le importa cambiar. Si ve que el retratado alza la cabeza o la mueve, él lo acepta. No intenta imponerse. Y, luego, qué majestuoso que es siempre, pero a la vez qué sencillo… Sobre todo, comparado con los pintores de la realeza de su tiempo: los franceses, los ingleses… El resultado es fuerte y veraz: ni hace la pelota ni tiene ningún tipo de agresividad hacia el personaje. Su mirada es libre y respetuosa porque es respetuosa con todo. Porque todo le parece ‘el mundo’. Y pinta a los bufones con el mismo respeto que a los reyes. ¿Cómo lo consigue? Pues sintiendo. Velázquez siente ese respeto por la realidad tal como se manifiesta y la acepta sin juzgarla ni querer intervenir. Esa es su grandeza”.
Algunos habrían deseado que la “Familia de Juan Carlos I” fuera un ajuste de cuentas. Pero esa no es la labor del pintor. Recordando una vez más a su maestro, Antonio López insiste en que “Velázquez siempre salva a las personas; siempre. Otros pintores, no. Velázquez siempre les echa una mano y las sube para arriba, aunque se trate de personas tristes”.
Cuando Antonio López pinta un destartalado cuarto de baño busca su grandeza, y la encuentra. Otros pintores se habrían regodeado en la degradación, pero Antonio López convierte ese sucio lavabo en una cripta egipcia. Porque puede existir más dignidad en ese cuarto de baño que en el más lujoso de los salones.
Y esa misma sensibilidad, grande y generosa, se manifiesta al pintar a la “Familia de Juan Carlos I”.
La ética insobornable del artista
Cuando Antonio López firmó y fechó la “Familia de Juan Carlos I” no pudo mentir, y simplemente anotó: “1994-2014”.
Veinte años no es nada, dice el tango, que tanto sabe de la vida. Pero para algunos críticos, esas dos décadas han sido motivo de escándalo.
No han faltado las presiones políticas. En 2012, cuando comenzaban a aflorar los escándalos que afectaban a la familia real, se quiso presentar el cuadro. Y Antonio López simplemente dijo que no estaba acabado.
¿Quién dice cuándo una obra está acabada? Solo la obra misma. Nadie más. Por mucho poder que tenga.
Ninguna obra de arte puede considerarse “terminada”. Porque la realidad, que el arte pretende reflejar, está en perpetuo movimiento y cambio. Pero llega el momento donde, por exigencias del guión, es necesario presentar la obra en público.
La “Familia de Juan Carlos I” no es la obra de Antonio López que más ha costado “rematar” -que no terminar-. A la escultura del hombre y la mujer que expone el Museo Reina Sofía dedicó 26 años. Y el mismo Antonio López nos desvela que “no tenía ninguna intención de dejarlo. Había algo que quería averiguar. Mi manera de trabajar es así. Lo que te hace continuar es la fe en que esa aventura es fascinante. Y trabajar en este cuadro [la “Familia de Juan Carlos I” ha sido una experiencia magnífica”.
Las dudas, los conflictos, el empezar y desempezar, es la única forma en que existe el arte. Con la “Familia de Juan Carlos I” el pintor nos confirma que “ha habido momentos en que no veía avanzar el cuadro. Trabajaba, trabajaba, y no lo veía avanzar. Eran dudas que no se solucionan de un día a otro.
Porque Antonio López nos confirma que “siempre estoy en el límite de mis posibilidades, es mi forma de trabajar. Cuando pinto una flor, que parece muy sencilla, estoy al límite. No sabes qué va a pasar. Hay personas que, por su naturaleza, viven así. Es mi caso”.
Porque el artista también tiene sus prioridades. Y Antonio López no se ha dedicado únicamente a pintar la familia real durante estos veinte años. Otros proyectos han sido en algunos momentos más importantes para él. Como culminar la serie de vistas de Madrid o de la Gran Vía.
¿Y cómo se puede anteponer una serie de paisajes al retrato de la familia real? Porque el mayor o menor grado de importancia no lo dicta el poder sino la realidad. Y una piedra puede ser más importante para un pintor que el más valioso de los diamantes. Porque la piedra puede ser capaz de decirnos más cosas sobre nosotros mismos que el diamante.